
Claudiaexpat reflexiona sobre el papel del clima en la expatriación, y sobre por qué es importante prepararse bien también desde este punto de vista antes de aceptar una misión en el extranjero.
Desde que mi esposo vino a trabajar a Ginebra, no pasa un día sin que mire por la ventana y se desanime por el gris. Cuando salimos, su primer comentario siempre está reservado al clima.
Además, esto me resulta familiar: desde que mis hijos se mudaron a Francia y al Reino Unido, el coro de quejas sobre el duro invierno, la lluvia y el gris es una constante en nuestras comunicaciones.
Si bien mi esposo y yo hemos recolectado varios inviernos antes de embarcarnos en una vida móvil, para mis hijos que crecieron en África, América Latina y el Medio Oriente, el choque climático ha sido todo un tema.
El papel del clima en la expatriación tiende a ser subestimado, pero lo que viví con ellos me ha demostrado que la diferencia entre un invierno severo y prolongado y uno leve y breve, puede realmente afectar a un alma ya un poco golpeada por otras demandas de la adaptación.
Recuerdo que en Lima, donde el cielo estaba perpetuamente gris, muchas personas no pudieron resistir. He visto misiones enteras fracasar en el extranjero porque uno de los cónyuges, generalmente el acompañante, sucumbió a la depresión ante el gris perenne que llenó sus días.
Sin embargo, más allá de cómo el clima puede influir en el estado de ánimo, existen prácticas físicas y de comportamiento que acompañan la adaptación a diferentes temperaturas, que por repetición se convierten en automatismos, partes reales de nosotros, piezas de nuestra identidad. Cuando cambiamos el clima en la expatriación, y se nos pide que cambiemos los hábitos que habíamos desarrollado en países anteriores, el impacto puede ser brutal y comprometer la relación con el nuevo país.
Pido disculpas si siempre me remito a mi experiencia personal, pero aún recuerdo con horror cuando tuve que vestir a mi primer hijo cuando regresábamos a Milán, después de dos años y medio de desnudez despreocupada en Bissau.
Nunca olvidaré el invierno que mi hijo menor y yo pasamos en Milán volviendo de Perú. Él aún no conocía los inviernos fuertes (o no los recordaba), y su negativa a usar ropa pesada ante el duro clima de noviembre en Milán me generó más estrés que verlo pelear con el subjuntivo italiano e investigar sobre Garibaldi cuando, hasta en ese momento, en italiano solo había escrito mensajitos de buenas noches para su madre.
Hizo todo el invierno con un par de jeans, un par de zapatillas de plástico y dos suéteres, negándose categóricamente a ponerse una chaqueta pesada o un par de zapatos resistentes. Esas cosas simplemente no le pertenecían. Quizás, de alguna manera, no quería usarlos para no abandonar su “yo peruano”, que era toda su identidad.
Hay climas que se adaptan mejor a nuestras personalidades, todos conocen la suya. Yo, por ejemplo, me encuentro muy mal en climas duros, por la sencilla razón de que tengo que vestirme en capas, y durante largos meses veo muy poco de mi cuerpo, porque me cubro apuradísima en vista que soy muy friolenta.
La moraleja de todo es que seguramente hay elementos más importantes a tener en cuenta cuando se nos propone un nuevo destino, pero no debemos subestimar el papel del clima en la expatriación. Esto afectará toda nuestra vida de maneras que van mucho más allá de simplemente ponerse un abrigo adicional.
Claudia Landini (Claudiaexpat)
Genebra, Suiza
Enero 2019
Foto principal ©ClaudiaLandini
Traducido del italiano por Mociexpat
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